El psicólogo, José Antonio González Porras, nos habla sobre el trastorno de conducta en la adolescencia. Un diagnóstico que se produce entorno a los 14-16 años, cuando ya no se aplica el trastorno negativista desafiante.
Índice de contenidos
- 1 ¿En qué consiste el trastorno de conducta en la adolescencia?
- 2 ¿Qué nos lleva a éste punto?
- 3 ¿Cómo se trata el trastorno de conducta en la adolescencia?
- 4 ¿En qué consiste el tratamiento?
- 5 ¿Cómo afecta la calidad de vida éste problema?
- 6 ¿Qué hay detrás del trastorno de conducta en la adolescencia?
- 7 ¿Cómo podemos prevenir éste problema?
- 8 A modo de conclusión
¿En qué consiste el trastorno de conducta en la adolescencia?
Tanto por la edad del paciente como por el tipo de comportamiento que se expone durante la valoración se considera un diagnóstico más grave que en la anterior etapa.
El trastorno de conducta en la adolescencia requiere del cumplimiento de varios criterios, ya no solamente de que haya una actitud de culpabilización hacia las figuras de autoridad, de desafío o de comportamiento disruptivo en clase, sino que ya incluye otros problemas:
- Maltrato de animales de compañía (sea perro, gato o pájaro),
- Sustracción de cantidades de dinero simbólicas,
- Comportamientos más agresivos o violentos que sorprenden por su sadismo,
- Falta de cumplimiento de horarios en el domicilio (ausencias, llegar más tarde de los previsto o incluso fugas durante la noche, por ejemplo),
- Consumo de sustancias tóxicas (nicotina, cannabis, alcohol),
- Expulsión del centro escolar por agredir a compañeros, copiar en los exámenes, falsificar notas, etc.
Son comportamientos que ya no son de un niño sino que parece que anticipan el de un futuro de un adulto con un trastorno de personalidad antisocial.
Éste trastorno implica un desafío para el personal sanitario ya que implica llegar a un pacto con el paciente.
El profesional no puede juzgar pero debe poner límites a determinadas conductas. Hay que conseguir una tolerancia permisiva que lleve al adolescente a un proceso asertivo de negociación y que dé lugar a una conducta más saludable.
El adolescente está acostumbrado a saltarse las normas que les han puesto ya sus padres en casa o sus profesores en el instituto, por lo tanto, ve al profesional sanitario como otro escollo más.
¿Qué nos lleva a éste punto?
Venimos de un trastorno negativista desafiante directamente mal tratado o subestimado.
Que el problema haya tenido éste origen sí que vuelca más la responsabilidad en los progenitores en cómo le han educado y cómo le han entrenado para que ahora, a otra edad en la que, de repente, en el caso del varón, es más alto, le cambia la voz, le sale bigote, es más fácil que se etiquete su comportamiento como “malo”.
De repente se produce un cambio físico que viene acompañado de una autoridad que realmente no tiene una base, no tiene una madurez que le dé calidad a esas exigencias.
Pero como se producen con una voz ronca, con un golpe en la mesa o una rotura de cristales tras un portazo parece que intima más.
En el caso de ellas, se produce un lenguaje y una conducta más independiente, alejándose bastante al patrón conductual que esperan los padres.
Como factor predisponente está curiosamente la ausencia de un trastorno de déficit (TDAH) en la infancia.
¿Cómo se trata el trastorno de conducta en la adolescencia?
El tratamiento es complejo y prolongado, debe cubrir el período de la adolescencia. Si el paciente viene con 14 años, deberá recibir tratamiento por lo menos hasta los 18.
En éste tratamiento pueden intervenir otros profesionales, no sólo el psicólogo, para aumentar las probabilidades de éxito.
La pieza angular de éste tratamiento es el grado de complicidad o acuerdo que lleve a cabo con cada uno de los profesionales que tratan al menor, para que sea admitido como una figura de referencia en aquellos aspectos donde el problema es más agudo.
Aquí aparece el contrato conductual que implica una especie de “nueva Constitución” familiar. Ésta Constitución tiene que permitir al menor entender que hay una jerarquía.
Él es miembro de su familia, pero la familia no es democrática. En la familia hay unos responsables a nivel civil y a nivel práctico que son los padres y, aunque el menor dispone de una serie de servicios,tales como, dormitorio, ordenador, tablet, móvil, alimentación, aseo, etc., eso está sostenido por los padres.
Ése contrato conductual de convivencia del menor con sus padres tiene que dejar implícito ese tipo de aceptación.
El tratamiento es muy conciliador, muy asertivo, en el que el menor adquiere lo que las habilidades pro sociales no han conseguido por sí mismas, entrenar en éste momento de forma práctica en consulta.
¿En qué consiste el tratamiento?
La asertividad, la negociación con padres y profesores tiene sus factores y el menor tiene que tener consciencia de ellos para aplicarlos.
El menor también tiene que estar preparado para encontrarse con adultos más conservadores que perciban ése comportamiento asertivo como oposicionista o como disruptivo.
Esto implica que debe disponer de otras estrategias para tratar de una manera adulta para dulcificar esa asertividad y ser admitido en todos los ambientes, no solo en su casa con sus padres ni el instituto sino también en otras relaciones, por ejemplo, con servicios públicos o establecimientos privados.
El menor tiene que saber exigir sus derechos y cumplir sus responsabilidades, pero en ese conflicto que aparece con los adultos, tiene que entender que debe usar su habilidad con mucha destreza para que no se convierta en un problema.
¿Cómo afecta la calidad de vida éste problema?
La afecta muy seriamente. Hay un sentimiento de infelicidad debido a la sensación de aislamiento y de dificultad de relacionamiento con otras personas, que lleva a entrar en relación sólo con personas que tienen su mismo problema.
¿Qué hay detrás del trastorno de conducta en la adolescencia?
El miedo al rechazo. Está presente el deseo de ser el elegido, el preferido, tanto en la familia como entre los amigos. En éste caso el miedo pierde sus formas y se convierte en un comportamiento sádico.
La premeditación es lo que lo cambia todo a ojos del observador. Pensamos que si hay premeditacón, no hay miedo.
¿Cómo podemos prevenir éste problema?
Identificando a tiempo al negativista desafiante.
Ya una vez en la situación vamos a necesitar mucha paciencia y tenemos que saber ver una serie de factores en lo que ha aprendido, en lo que ha visto en los adultos que le rodean, no verlo tan alejado.
Si no le atribuimos culpabilidad y desacierto en el conflicto, es más fácil que mantengamos al menor de nuestro lado y todavía se deje orientar en ese tipo de conducta.
Los niños y adolescentes de los que estamos hablando tienen un altísimo potencial de independiente.
Si ésto lo focaliza de alguna forma en su carrera profesional o en sus habilidades, podemos tener un empresario o un científico brillante pero por aquello que realmente interesa a la sociedad y a él mismo y no por el cumplimiento inmediato de la necesidad que tenga.
La virtud del estilo independiente es que es innovador, es decir, que va a romper con las estructuras tradicionales. Si no hubiera patrón independiente, seguiríamos como en el siglo I, no habríamos avanzado.
A su vez, piensan a lo grande, no son austeros ni humildes ni sencillos, sus ideales son a lo grande. Por ejemplo, quieren ser famosos ya.
Si éstas características se focalizan, darán lugar a que se cumplan esos deseos.
A modo de conclusión
El trastorno de conducta en la adolescencia es un problema grave que debe tratarse cuanto antes.
La cuestión es otorgar al menor de la paciencia y de los medios adecuados (aunque se le puedan ocurrir vías accesorias que nos puedan sorprender o incluso que no nos gusten), para que sea lo suficientemente empático sobre cómo afectan sus acciones a los además para que sean legítimas.