Ruido está definido por la RAE como sonido inarticulado, por lo general desagradable, por ejemplo, el grito o sonidos guturales. Dependiendo de la intensidad de los ruidos, más allá de que nos resulte no armónico o rechazable en cuanto a gustos se refiere, puede resultar en un daño a nuestro aparato auditivo y producir tipos de discapacidad auditiva.
Muchas veces habrás escuchado que el ruido puede ser perjudicial para la salud. Y así es. Ya no se trata de si un sonido te resulta agradable o no o si un ruido de fondo y monótono nos induce al sueño o sí, incluso, un sonido agradable o una canción nos relajan. Se trata de la intensidad de dicho ruido.
Un excesivo volumen del ruido puede afectar negativamente nuestra salud auditiva. El ruido o sonido excesivo tanto agudo como crónico (repetitivo y prolongado) puede causar un trauma acústico que puede provocar una pérdida auditiva parcial o total.
¿Imaginas no poder escuchar el trinar de los pájaros o la caída de las hojas de los árboles o simplemente tener una conversación tranquila con alguien? Los decibelios, intensidad con la que se mide el ruido, de estos ejemplos ronda desde los 10 a los 50 decibelios. Imagina que no pudieras escuchar todo esto y que esa pérdida auditiva fuera evitable.
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Ruidos peligrosos
En la web de la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello se expone un listado de ruidos habituales de los cuales voy a destacar los peligrosos, tales como:
a) Motocicleta, cuando supera los 90 decibelios durante 4 horas.
b) Cascos de música. cuando superan los 95 decibelios durante 2 horas.
c) Taladro, que supera los 120 decibelios, provoca daños a los 7 minutos de la exposición.
Que triste que algo tan bonito como disfrutar de la música, si no se hace de forma cauta, pueda resultar en todo lo contrario a lo que generalmente produce: placer, alegría, desahogo, recuerdos…
Por encima de los 125 decibelios sentimos dolor con el ruido por lo que las alarmas de incendio y de otro tipo pueden ser dolorosas al oído, por eso, probablemente tenemos tendencia a querer huir del sitio que produce ese ruido tan molesto. En este caso, el ruido podría salvarnos la vida o salvaguardarnos de un daño más grave.
¿Qué consecuencias puede traer la pérdida de la audición?
La hipoacusia se asocia a dificultades en la comunicación, disminución de la actividad social relacionado al primer punto, alteraciones emocionales (con mayor riesgo de padecer depresión), menor capacidad de autocuidado, deterioro cognitivo y alteraciones de memoria en adultos mayores.
En los niños y niñas podemos observar retrasos de adquisición del lenguaje, dificultades de atención, para mantener la concentración por cansancio y para leer y entender conversaciones y contenidos, timidez y aislamiento.
En los niños y niñas debemos tener especial atención en cuanto a exposición acústica se refiere: ruidos elevados en casa o en fiestas o del televisor pueden causar daño potencial a su audición.
¿Cómo minimizar el daño causado por los ruidos peligrosos?
Lo primero, identificarlos.
El que un ruido sea molesto no significa que vaya a causar un trauma acústico o una pérdida de audición.
Nos puede parecer obvio que ruidos intensos nos pueden dañar y que los vamos a escuchar sin problema pero pueden haber exposiciones aparentemente toleradas que, si duran un tiempo prolongado, pueden causarnos daño (como escuchar música con los cascos a 95 decibelios durante 2 horas). Habrá personas que digan que no les molesta o, incluso, que esa es su forma de escuchar música pero eso es una falacia.
A medida que vamos envejeciendo, el oído también lo hace. ¿Por qué acelerar el proceso?
¿Podría ser al revés? O sea, si estimulamos el oído, ¿“envejeceremos “ más lentamente?
En una revisión sistemática publicada en 2018 se llegó a la conclusión de que se necesitaban más ensayos clínicos aleatorizados de alta calidad para determinar qué estímulos de entrenamiento proporcionarían las condiciones óptimas para mejorar la cognición en adultos con pérdida auditiva. Sin embargo, sabemos que el oído y la memoria están muy relacionados.
Escuchar música activa áreas cerebrales corticales y subcorticales donde las emociones son procesadas y con ello distraernos de un momento amargo o traer un recuerdo bonito a nuestra memoria.
La sordera o hipoacusia podría privarnos de esto y con ello empeorar nuestro nivel cognitivo o afectivo, incluso.
En segundo lugar, a veces, no somos conscientes de cuán expuestos estamos.
Los dosímetros auditivos se usan generalmente en la industria o en entornos laborales pero para nuestra casa, podemos buscar alguna app llamadas sonómetros o medidor de decibelios, por ejemplo, que nos pueden dar una idea de cuánto y durante cuánto tiempo estamos expuestos a volúmenes de ruido importante. Las conversaciones animadas pueden superar los 80 decibelios y eso, sin gritar.
En tercer lugar, debemos corregir esto.
Hacen falta políticas concretas sobre la contaminación acústica. El ruido del tráfico, de la zona urbana o industrial y hasta el ruido de nuestra propia casa, puede enfermarnos.
También hace falta más conciencia social: hablar a unos decibelios que no superen los 65 dC, bajar la música en casa o en las fiestas (resulta curioso que vayas a una fiesta para conocer o reencontrarte con gente y no puedas tener una conversación normal), usar los cascos a volúmenes que no sean dañinos para los oídos (quizás sería interesante que estos no pudiesen superar ciertos umbrales), mejoran el ruido emitido de los electrodomésticos (no encenderlos todos al mismo tiempo), etc.
¿Podemos reducir los ruidos ambientales?
Si bien es cierto que existen varias causas para la pérdida auditiva, el ruido ambiental es una causa modificable. Debemos tener en cuenta que vivimos en espacios. Esos espacios o ambientes pueden ser de menor a mayor escala: nuestra habitación, nuestra casa, nuestro edificio, nuestra calle, nuestra ciudad y así sucesivamente.
Las ondas sonoras externas pueden amortizarse con buenas ventanas pero nunca debemos olvidar el ruido que generamos en nuestra propia casa. Debemos acostumbrarnos a hablar en un tono más bajo, articulando las palabras y escuchando al otro, sino, el diálogo es imposible.