En esta ocasión, compartimos un artículo de Mónica San Martín, madre, experta en Crianza de Alta Demanda, Pedagogía Blanca, Mindfulness y Gestión Emocional que nos habla del mundo emocional de las madres.
Soy Mónica San Martín y hace 13 años cuando fui madre por primera vez todo mi mundo tal y como lo conocía cambió.
Mi vida seguía los cánones establecidos y después de terminar mi carrera universitaria, encontrar un trabajo estable, comprar un piso y casarme, lo siguiente de la lista era tener un hijo. Eso era lo que hacía todo el mundo a mí alrededor y parecía claro que era lo que había que hacer.
Visto así puede parecer que no empecé muy emocionada mi viaje hacia la maternidad pero la verdad es que sí. La idea de ser madre pronto comenzó a formar parte de mí y lo veía con ilusión.
Mi embarazo fue idílico, lo disfruté muchísimo, me sentía como una reina, atendida, cuidada, exultante y feliz. Lo recuerdo como una de las épocas más bonitas de mi vida.
Durante ese tiempo leí cada libro que cayó en mis manos, acudí a los cursos de preparación al parto y a otros para el cuidado del bebé. Me sentía preparada para la maternidad.
Pero nadie en ningún momento me habló de las emociones que iba a sentir. Y en mi mente idealicé la maternidad como supongo que pasa en la mente de todas las mujeres. Y en esos momentos solo pensé en lo feliz que iba a ser.
De hecho, recuerdo que pasaba parte de mi tiempo contemplando la cuna y todo lo que habíamos preparado para recibir a mi hija con gran ilusión, soñando despierta mientras la imaginaba durmiendo tranquila y feliz.
Y nació mi hija, una niña preciosa, sana, despierta e intensamente arrolladora que nada más nacer me miró con sus ojos enormes como preguntándome “¿y ahora qué?”
Aunque yo entonces no lo sabía, mi hija era una niña de Alta Demanda cuyas características más importantes es que son especialmente sensibles a los estímulos y muy intensos en sus emociones y en su expresión.
Esas dos cualidades conforman todo su mundo (y el de sus padres), ya que la sobreestimulación que tienen les hace estar en un estado mucho más activo que lo que se espera en un bebé recién nacido. Y ese exceso de actividad les impide conciliar el sueño y dormir bien.
Además, como se sienten inquietos, lloran mucho porque es la única manera que tienen de hacértelo entender.
Y así, de la noche a la mañana mi idea idílica de la maternidad feliz y tranquila cambió por completo. Me había convertido en madre de una intensa niña que apenas dormía porque quería enterarse de todo lo que pasaba a su alrededor. Su necesidad de mí era total y yo tenía que dar el 200% de mí misma.
Mi mundo emocional se llenó de matices: a la felicidad de tenerla entre mis brazos empezaron a unirse la duda de estar haciéndolo bien, el agotamiento por no tener ni un segundo de descanso, la culpa por no entender lo que le pasaba, el miedo a estar haciéndolo mal, la tristeza por no estar disfrutando de algo tan deseado y supuestamente tan bonito, la soledad por no sentir el apoyo ni la comprensión de los más allegados y la rabia y la indefensión al recibir las críticas de otras personas.
Mi vida, como la de todas las madres del mundo, se convirtió en una montaña rusa emocional. Porque si bien mi niña era más intensa que otros bebés, la realidad es que todas las madres en mayor o menor medida nos sentimos así.
La maternidad nos abre una puerta a un mundo emocional desconocido, donde la primera impresión puede ser de pánico, de frustración, incluso de sufrimiento. Pero es una oportunidad maravillosa para volver a conectarte contigo misma, para recuperar tu poder, ese poder que tenemos todas las mujeres y que, por el modo de vida actual que llevamos, hemos olvidado.
Así que puedes afrontar la maternidad de dos maneras:
- Como un problema, en el que el torrente emocional te arrolla y te hace infeliz.
- Como una maravillosa oportunidad para volver a ti, para conocerte de verdad y re-aprender todo lo que necesitas para convertirte en la maravillosa persona que has venido a ser.
Sin duda creo que la mejor opción es la segunda porque es la única que te va a permitir vivir una vida consciente y feliz.
Si eliges esta opción, no solo te conocerás mejor y te sentirás más a gusto contigo misma, sino que disfrutarás de la maternidad. Y piénsalo bien, vas a ser madre durante toda la vida y en cada etapa del desarrollo de tus hijos tu mundo emocional va a seguir estando ahí: cuando son bebés y te necesitan todo el tiempo, cuando llegan las temidas rabietas, cuando empieza el cole, cuando llega la adolescencia…….
En cada uno de estos momentos evolutivos de los niños volverás a subir a tu montaña rusa emocional particular, y tú puedes hacer mucho para que en esa montaña haya más momentos felices que frustrantes.
Para ello solo tienes que tomar una decisión.
Yo decidí hace 13 años disfrutar de esa maternidad que me revolucionó tanto y aunque al principio no fue fácil, lo conseguí. El cambio que esa decisión produjo en mí es total. Ahora soy una persona nueva, que tengo un mejor conocimiento y gestión de mis emociones, que me conozco y sé lo que quiero y también lo que no quiero y que ya no funciono en automático, sino que aprendo a vivir cada momento que la vida me ofrece desde el mejor lugar: la serenidad y la seguridad.
Ahora veo mi montaña rusa como el indicador que me señala que voy bien, que estoy siguiendo el camino adecuado para mí o que tengo que recalcular el trayecto. Pero lo más importante es que ahora disfruto de cada momento que me brinda la maternidad.